Salud Mental II:

'Zoon Politikón’

Contra el mito de la ‘independencia’

· Salud Mental,Psiquiatría,Psicología,Familia,Relaciones socioafectivas

Introducción - Por partes como Jack

 

“La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca” 

- Heinrich Heine, vía Luca de Tena, T. (1979)


En el último artículo de esta serie sobre Salud Mental en las sociedades capitalistas desarrolladas del s. XXI, nos preguntábamos por qué Albert Camus decía que “Sólo hay un problema verdaderamente serio en la filosofía: El suicidio”, cuando desde luego toda la tradición previa, de Aristóteles a Descartes, no lo veía así. Descubrimos que el aumento del interés intelectual/académico respecto a la infelicidad corre correlativo al aumento de todas las métricas de enfermedad mental en la zona OCDE, en claro e ininterrumpido ascenso desde la llegada de la sociedad industrial a nuestras vidas.


Con esto en mente, examinamos las ya viejas, mas no por ello superadas, investigaciones realizadas respecto al impacto de la sociedad industrial en nuestra psique por factores puramente estructurales: El desencanto que veía Weber, la artificialidad absoluta de este ‘Zoo Humano’ que señalaba Morris, la participación mística de todos los pueblos precapitalistas, hoy rota, (Jung, C.; Mircea, E.; Lévy-Bruhl, L.) y cómo esta cosmovisión tradicional provoca mejores resultados aun en la actualidad en el ámbito de la salud mental que nuestro enfoque biomédico (González-Pando, D.; 2012).

Así mismo, se señaló la clara conexión entre salud física y mental que ya conocían los antiguos (“Mens sana in corpore sano”) y que la ciencia moderna corrobora (Verhoeven J.E. et al; 2023, entre otros): Cómo el deporte diario tiene un impacto medible equivalente al tratamiento psiquiátrico con antidepresivos, o cómo la salud intestinal predice episodios de ansiedad u otras dolencias psicológicas, relacionando esto con la malísima calidad de nuestra alimentación que prueba el hecho de que, en países desarrollados, sea la primera causa conocida de cáncer, por encima del tabaco (Itriago, G.L. et al; 2013).

Como se concluía y se desarrollará: La pandemia de problemas de salud mental que ya se ceba en los jóvenes del mundo desarrollado (y no tan desarrollado: como señalábamos en el propio artículo, UNICEF cifra que el 60% de jóvenes sudafricanos padecen dolencias relacionadas con salud mental) tiene causas sistémicas que nadie está dispuesto a abordar con seriedad, casi ni a reconocer.

Hoy, seguimos encontrándolas, analizándolas, desgranándolas y exponiéndolas: Porque no eres tú que estás enfermo/a, joven europeo/a: Tus respuestas son (todo lo) normales (que pueden ser) ante un entorno patológico. Y aquí ya no nos callamos.


I) ‘Libre’

 


Libre. Libre como el sol cuando amanece. Como el mar. Como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar.

Sin ataduras. Así te quiere el capitalismo.

Tiene sentido: La libertad individual es el tótem, el máximo valor, del liberalismo.

Sin ella, su ‘hombre/mujer hecho a sí mismo/a’ no podría existir, en ningún sentido.

“Eliges lo que quieres; porque aquí mandas tú”, como dice la publi de la UOC.

 

 

Independiente de toda voluntad externa y plenamente autodeterminado/a como un país soberano, de esos que tienen bombas nucleares. Automotivado como un sacrificado héroe de leyenda. Autosuficiente como un millonario loco que se montara una autarquía, pero sin los millones (como si tienes que comer macarrones precalentados en un coche: ¡un guerrero se adapta siempre!). Con el autodominio emocional de un estoico; al margen de las condiciones materiales cual asceta; capaz tú solo/a de generarte tu propio bienestar emocional, como el más grande maestro Zen. ¿Quién necesita maestros cuando todo está en tí?

 

 

Libre para que nuestro Presidente pueda decir:

Muchas familias no tienen tantos hijos como antes, entre otras cosas, porque no quieren; una decisión que, afirma, “les guste o no a algunos, todos debemos aprender a respetar como sociedad”.

 

 

No es mi intención corregirle al ‘Representante de todos los españoles/as ™️’ el concepto de libertad que maneja, en base a la diferenciación entre ‘libertad negativa’ (ausencia de violencia y de coacción) y ‘libertad positiva’ (posibilidad real de tomar una decisión dada) con que desde ya hace años se viene matizando la supuesta ‘libertad’ del individuo en un sistema de libre mercado. Al menos, no hoy: El aspecto material de todo esto da para no pocas líneas (¿futuro artículo? 😏).

No; más bien, y antes de eso: ¿Es deseable esa ‘libertad’, esa independencia, esa decisión ‘libremente tomada’ que “como sociedad”debemos aprender a respetar”? ¿Tiene un impacto psicológico positivo, es 'emancipador' y 'empoderante' como nos dicen? ¿Somos libres si tomamos la decisión sin saber sus consecuencias? E incluso: ¿Es verdad siquiera que la mayoría de quienes no tienen hijos sea porque no quieren?

 


II) Familia y salud mental | “Zoon Politikón”

 

Vaya por delante que, desde la filosofía y su historia, se nos podría decir perfectamente que ese individuo ‘autodeterminado’, ‘libre’ e ‘independiente’ en el que creemos es un invento conceptual del liberalismo que (si bien tiene precedentes en el pensamiento cristiano o en el humanismo renacentista) no tiene más de un par de siglos de antigüedad como concepto. Que ningún hombre o mujer de las culturas previas se habría definido ‘libre’ sino en absoluta relación al estatus soberano de su comunidad política; y que la propia condición de ciudadano (de civitas…de ciudad, de convivencia) era esencial para el desarrollo del ser humano, que no era nada sin sus pares.

Así, ya decía Aristóteles en su ‘Política’:

El hombre, es por naturaleza, un animal político/social* [...] un ser social, más que cualquier abeja y cualquier otro animal gregario (...)”.

Nota: *’Zoon politikón’ puede ser traducido de ambas formas y contiene ambas connotaciones.

Incluso, y en la misma línea, podría debatirse, ya de base, todo el actual concepto de “Felicidad”, o “bienestar” y los ítems utilizados para medirla, que son en sí fruto de unos determinados valores e ideas socialmente aceptados. A los estoicos de la ‘virtus’, al samurai del ‘bushido’, al practicante de Advaita Vedanta, al filósofo clásico, probablemente toda nuestra concepción del bienestar individual les parecería bastante cuestionable.

Pero bueno: En dolida e inevitable adaptación a los nuevos tiempos, donde nada cuenta la filosofía y donde lo que mola es preguntar ¿Qué dice la ciencia?’, preguntemos justamente eso:

Y ¿qué dice la ciencia (en este caso, estadística)? ¿En ‘Occidente las familias si no tienen más hijos es (...) porque no quieren”, como dice Sánchez?

Veámoslo:

 


II.1) ¿La gente ya no quiere tener hijos? Datos

 

Según un estudio de 2021 (IFS; 2021) realizado entre la población estadounidense:

  • Entre quienes no tienen hijos hay más gente que no quiere tenerlos que que sí (19% vs. 13% de la muestra total; o lo que es lo mismo: 59% de quienes no tienen hijos no quieren tenerlos, y un 41% sí). Téngase en cuenta que no está disgregado por edad, por lo que parte de los que declaran no querer tenerlos tampoco pueden ya.
  • Ello no obstante: De entre quienes tienen hijos, solamente el 15% aproximadamente (10% de la muestra total) querría haber tenido menos o ninguno, y un arrollador 85% (58% de la muestra) estaba contento con el número de ellos que tenía (34% de la muestra) o querría aun más (24% de la muestra total).

Se muestra la estadística original y la segregada por población con hijos/sin hijos para mayor claridad:

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Fuente: Elaboración propia con datos IFS (2021)


Se podrá reprochar que estos son datos norteamericanos, no traducibles directamente al contexto europeo. Aceptándolo, porque además no nos parecen concluyentes:

 

¿Qué ocurre en Europa?

Tomando datos de Piotrowski, K. et al (2021), las respuestas parecen indicar que somos aun más favorables a la paternidad/maternidad:

De entre la población de la UE de 18 a 40 años, solamente un 5% de mujeres y un 7% de hombres no querría tener hijos.

De entre la población polaca con hijos, un aplastante 90,2% de las mujeres y un 87,8% de los hombres afirmaban que, si pudieran volver atrás en el tiempo, volverían a tenerlos sin dudarlo. Solamente un 9,8% de mujeres y 12,2% de hombres afirmaban arrepentirse.

Mirando más de cerca los datos: Entre quienes se arrepienten, se aprecia una correlación fortísima (y estadísticamente relevante; para los frikis de estas cosas: V de Cramer .16 para estado civil y .08 para situación financiera) con la pobreza y con la soltería: Solamente un 8,1% de los/as casados/as y un 11,9% de las personas con pareja se arrepentían de haber tenido hijos, frente a un 22,8% de quienes estaban solteros/as (esto es: el doble de probabilidad estadística). Así mismo, un 9,5% y un 10,4% de quienes ‘no tenían problemas financieros’ o tan solo ‘menores’ preferirían no haber tenido hijos, frente a un 22,9% de quienes afirmaban tener ‘graves problemas financieros’.

Similares conexiones puede que existan también en relación a quienes no los tienen y no pretenden tenerlos (esto estaba fuera del alcance del estudio citado)

Parece pues que no, no es que la población europea no quiera tener hijos.

Pero esto solo nos contesta sobre sus preferencias, no sobre su bienestar. Quien sabe, puede que cuando medios respetables (¡y hasta gubernamentales) como RTVE hablan de la ‘era de los perrhijos’, o cuando El País relata que ya hay “más hogares con mascotas que (...) [con] menores de 15 años”, en realidad deban ser motivo de alegría:

 

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Fuente: El País (2021), RTVE (2022)

 

A fin de cuentas, hay quien ha argumentado (no es lugar para exponer la lista, que no es breve) que la familia tal como la entendemos es una cárcel que debe ser destruida.

Así, toda una Vicepresidenta del Gobierno de España, como Carmen Calvo, afirmaba: “La monogamia única para toda la vida (...) es un sindiós (...) No cabe todo ahÍ (...) y si cabe, cabe tres años o cuatro” (La Ser; 2024).

Fuente: La Ser (2024) en TikTok


No está sola en su afirmación.

Sin querer ser exhaustivos: Ya hace 8 años, en 2016, la que antaño fuera diputada del Parlament de Catalunya, Ana Gabriel, nos decía que “las personas que deciden tener hijos << tienden a convertirse en más conservadoras >> y que, por extensión, así educarán a sus hijos”, entrando claro en lo que denominaba unalógica perversa”; la de “la familia convencional”, que sería un modelo “pobre” y que “enriquece muy poco” (de Diego, S.; 2016). Lo de que enriquece muy poco se lo reconocemos: Las empresas de niñeras y cuidado de mayores están haciendo su Agosto desde que se ha ido. Enriquecer, enriquece más

La ‘influencer’ Samantha Hudson, de quien cada cual pensará lo que guste pero que en parte nos representa a todos/as(‘todes’ diría ella) en tanto que depositaria de varios premios otorgados por el Estado (v. aquí y aquí), coincide, y dice sin tapujos: Yo abogo por abolir, destruir y aniquilar la familia nuclear tradicional monógama (RTVE 2022).

Fuente: RTVE 2022 vía Ensaladilla 2022

 

La filósofa catalana Laura Llevadot es radical, y define el matrimonio como “prostitución”, pero “sin cobrar” (Ramírez, R.; 2022).

Pues bien: ¿Qué dicen los datos?

 

II.2) Familia y bienestar: ¿Qué dice la ciencia?

 

Pues parece que lo mismo que tu bisabuela: Que a ver si te casas y te pones a hacer nietos y dejas de rallarte ya (y que no le hagas caso a Hudson, ni a Gabriel, ni a Carmen Calvo, a este respecto).

Así, el que probablemente sea el mayor y más sistematizado estudio sobre salud mental y bienestar psicofísico de la Historia de la humanidad (que cuenta con una muestra de centenares de individuos, testeados repetidas veces a lo largo de su vida durante hace ya poco menos de un siglo) (Harvard 1938-actualidad) arroja unas cuantas conclusiones bastante contrarias a la idea del individuo liberal emancipado de todo lazo e independiente del mundo para su bienestar:

  1. La existencia de relaciones sociales (familiares, de pareja, etc.) fuertes y cercanas a los 50 es el mejor predictor de salud no solo psicológica, sino también física, a los 80; por encima de factores como renta o niveles de colesterol.
  2. Una buena relación con los padres en la infancia no solamente disminuye la ansiedad de adulto, sino que tiene un impacto de media en la renta anual de la muestra de +87.000 USD/año (téngase en cuenta que gran parte de la misma se realizó con personas con entornos problemáticos o marginales).
  3. El tejido de relaciones sociales fuertes es mejor predictor de la renta que el Cociente Intelectual.

Para que no quede duda: No hablamos de cualquier tipo de relación. Hablamos de relaciones sólidas, de larga duración, que por eso mismo parecen ser fuente de estabilidad y bienestar emocional:

Es decir: Waldinger, R. (director del citado estudio de Harvard) et al. (2016) ya lo concretaban::

La seguridad del lazo marital (lit. inglés: “security of attachment to spouses”) tanto en hombres como en mujeres (...) es predictora de mayor satisfacción vital, menor sintomatología depresiva y menos afectos negativos (...)”.

En las mujeres, además, mayor seguridad [matrimonial] es predictora de mejor memoria hasta 2,5 años después [los sujetos de estudio eran ancianos/as], y atenúa la conexión entre la frecuencia de conflicto marital y déficits de memoria.

Analicemos bien esto: (1) No solamente es que revele que la seguridad en el matrimonio, que lo acercaría en la práctica a otras relaciones ‘vitalicias’ como la de familia, pero siendo esta elegida (“hasta que la muerte nos separe”, que dicen los cónyuges, aunque ahora mismo rompan su palabra unos 7 años después de media; v. CEU 2024), tiene efectos potentísimos en el bienestar emocional; sino que nos señala, en sentido contrario (2), que los problemas e inestabilidad en esas mismas relaciones que se suponen firmes tienen un impacto directo en la salud física como psíquica, lo que (3) refuerza lo dicho en el anterior artículo sobre las evidentes conexiones, mutuas, de bienestar físico y emocional y (4) es coherente con los datos de felicidad y natalidad antes expuestos, donde los matrimonios (mayor seguridad del vínculo) estaban más satisfechos con su situación que las parejas no casadas (menor seguridad del vínculo), pero estas más que los solteros/as (ningún vínculo).

Todo ello es coherente con descubrimientos respecto a la psicología humana con ya más de un siglo de antigüedad:

Como nos dice el Dr. Carballo, R. (1996), esto había sido comprobado hace mucho en estudios tan quizá crueles como concluyentes, como son los de Spitz, R.A., en qué se expuso a recién nacidos a tres tipos de ‘orfanato’: Uno con todos los beneficios y comodidades materiales, pero sin contacto humano con sus madres ni con nadie; otro con mínimas comodidades pero con madres amorosas y entregadas; y un tercero con contacto social pero con familiares absolutamente tóxicos y desquiciados. Los resultados les sorprenderán: Del primer grupo, todos tuvieron graves retrasos no solamente de desarrollo, sino incluso motores y cerebrales, así mismo presentando bajísima resistencia a infecciones, y falleciendo la mayoría. De los otros grupos, no murió casi ninguno en cuatro años. Estos resultados se verían confirmados por investigaciones posteriores como las de Bowlby para la ONU.

Como nos dice el autor, y en resumen: “es tan necesario” para el ser humano “el afecto y el amor como el aire que respiramos”; e igual que si “en lugar de aire limpio (...) ha de respirar una atmósfera contaminada, lo hará, pues con ello podrá vivir”, “Si en lugar de amor, ternura, alegría y felicidad, la energía emocional” que recibe es de “miedo, tristeza, culpa, ansiedad y preocupación”, también “la absorberá, aunque su felicidad presente y futura se vea gravemente comprometida”.

Es decir: La vida emocional y afectiva es una necesidad vital de primer orden, de la que el ser humano no puede librarse; hasta tal punto que si no tiene otras opciones mejores buscará el contacto disfuncional con otros ser humanos, por tóxico que pueda ser, antes que quedarse solo/a.

Todo esto no solamente prueba las tesis de Baumann, Z. (1999) respecto a esta “sociedad líquida” de relaciones fugaces, utilitarias, casi sometidas al criterio de utilidad del mercado (y sin el casi: ¿cuánto hace que no ves a ese colega que se piró a trabajar al extranjero?), y el tremendamente negativo impacto en la psique de quienes en ella participan; sino que en parte explica también por qué se dan, (o mejor:) se reproducen a partir de determinado momento:

La misma naturaleza y necesidad social, gregaria del ser humano, que nos impulsa a buscar conexiones estables con otros seres, nos hace aceptar el mensaje que dice que no sirven para nada si este es ‘guay’, está de moda, parece mayoritario o popular: ¿Cómo si no íbamos a poder cumplir esa misma necesidad de conexión, de cercanía, si nos ponemos de cara contra nuestra sociedad y convertimos en raritos? En una cultura atomizada, el que critica la atomización se atomiza más, se aísla más (o al menos, eso le parece lo más probable que puede pasar).

Si un fenómeno, cualquier fenómeno, se extiende lo suficiente para lograr parecer aceptado y mayoritario (sin necesariamente serlo), esta misma apariencia (lo que en Ciencias Políticas se ha llamado con frecuencia ‘hegemonía’) impulsa, por meras dinámicas de grupo, que auténticamente se acepte a la práctica, si no en las mentes, sí en las palabras y actuaciones del grupo afectado (en tal sentido: Neumann, N.; 1980 o Meerloo, J.A.M.; 1956).

Como nos cuenta Fisher, M. (2009), esta es la gran victoria del actual sistema (“capitalismo financiero” o como cada cual quiera llamarlo): Ser un sistema que todo el mundo critica en privado, del que todo el mundo dice aborrecer, pero que aun así sigue vigente a cada momento en el actuar y en el discurso público de toda esa gente que afirma estar hasta los mismos ******.

No solamente esto: Morris, D. (1969), entre otros, teorizaba que ante la exposición al estímulo social deformado, caótico y excesivo del ‘Zoo humano’ de las ciudades, con sus casi infinitas nuevas relaciones diarias que aparecen y se esfuman, breves, tangenciales, utilitaristas, entre desconocidos (así cuando compras el desayuno en una franquicia con empleados anónimos para tí y que rotan cuando se queman o le preguntas la línea de metro apropiada a un tipo que nunca jamás verás de nuevo; así cuando te haces ‘colega’ de compañeros de trabajo con los que perderás sin problema el contacto si se van ellos o tú de la empresa; así cuando te lías con un desconocido/a una noche cualquiera en una discoteca sin saber su nombre o su contacto o cuando te ‘enamoras’ por unos instantes de un desconocido/a en el metro), conlleva necesariamente cierta coraza mental, cierto alejamiento ante unas condiciones tan antinaturales. En términos similares se expresaría Milgram, S. (1970), que en su ‘The experience of living in cities’ hablaba de esta “sobrecarga urbana” de estímulos.

Experimentos de campo como los de Darley y Latané (1968) demostraron que el tiempo que se tardaba en atender a una persona supuestamente sufriendo un ataque epiléptico en directo aumentaba proporcionalmente al número de observadores, en lo que llamaron “difusión de la responsabilidad”. Otros, como los de Hansson, R.O. y Slade, K.M (1977), Bridges, F.S. (1996) o Korte, C. (1980) parecen corroborar la hipótesis de Morris: En comunidades rurales, pequeñas, la comunidad ejerce un papel mucho mayor de auxilio y control mutuo que en entornos urbanizados: Tanto la predisposición a ayudar a desconocidos como el control sobre ‘desviaciones’ de la moral social imperante era mucho mayor que en las grandes ciudades; cosa que encajaría con lo que Morris define como un comportamiento ‘sano’, o más bien natural, en un primate superior, marcado por su territorialidad, gregarismo, y necesidad de cohesión de grupo. Aunque ciertamente ‘papers’ recientes como el de Zwirner, E. y Raihani, N. (2020) parecen contradecir esta afirmación, aparentemente descartando la influencia directa de la urbanización per sé en el “comportamiento antisocial”, que vinculan antes al nivel de renta; ello no obstante y como admiten los propios investigadores: (1) Esto va en sentido contrario a numerosas investigaciones anteriores (cosa que no descarta sus resultados pero obliga a cogerlos con pinzas); (2) el propio estudio corrobora que “la gente es más tendente a violar normas de comportamiento colectivas allí donde es evidente que otros también lo hacen”, cosa que ocurre más en las urbes que en comunidades pequeñas (v. en este mismo párrafo lo dicho sobre las investigaciones de Hansson y Slade, Bridges...); así como (3) el hecho de que el “comportamiento prosocial es más probable cuando las personas tienen acceso a zonas verdes”, que no hace ni falta decir que existen en mucho mayor medida en el campo que en la ciudad; y (4) por otro lado y por último, la propia metodología del estudio, al comparar tanto en entornos rurales como urbanos barrios marginales con otros de mayor renta, puede perfectamente estar tomando como ejemplo representativo de los (¿) 'barrios' de los ‘pueblos’ (?) barriadas de reciente creación, con población llegada recientemente, que para nada presentan por tanto las dinámicas habituales (fuerte control social, alta confianza social, etc.) de los pueblos ‘tradicionales’ de Inglaterra, donde se llevó a cabo el estudio. Investigaciones como las de Chen Y. et al 2013 o Motsenok M, Ritov I. 2020, que citan los propios Zwirner y Raihani, parecen ir en tal sentido, al mostrar una mayor predisposición al altruismo en rentas bajas sólo hacia personas cercanas o de la propia comunidad, lo que corroboraría lo dicho: Las comunidades pequeñas y cohesionadas se ayudan; solo que en los tiempos de la globalización estas comunidades pueden no estar geográficamente localizadas (así, p.e., la comunidad china de una ciudad dada en Occidente, que habitualmente no tiene un ‘barrio chino’).

Pero sigamos con familia y ciencia, que era a lo que hemos venido:

¿Es la gente con familia ‘nuclear’, de esa viejuna y tal, más feliz?

Según los datos, aplicando el método empírico al que hoy se rinde culto: Sí.

Especialmente, y curiosamente esto contrasta aun más con la narrativa hegemónica, entre las mujeres, que son los datos más detallados que tenemos (en adultos).

En el caso de adultos: Como nos cuentan Wilcox, B. y Wang W. (2023), a partir de datos de General Social Survey (2022) posteriormente elaborados por IFS (2023), y más allá de toda la evidencia antes aportada, hay una fortísima conexión entre la felicidad autopercibida y la institucionalización de las relaciones de pareja (matrimonio):

  • De entre las “mujeres con hijos/as y en edad de 18 a 55”, el 40% “reportaron sentirse” “muy felices”
  • De entre las “mujeres casadas sin hijos/as” (mismas edades), tan solo el 25%
  • De entre las “mujeres solteras sin hijos” (ídem), bajaba al 22%
  • En las “madres solteras” era ya el 17%.

 

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Elaboración propia a partir de Wilcox, B. y Wang, W. (2023)

 

En menores, de los dos sexos: El riesgo de sufrir problemas de salud mental que precisen de tratamiento es mucho mayor en niños y adolescentes de 7 a 17 años que no conviven con sus dos progenitores biológicos casados que en otro tipo de hogares” (CEU; 2024). Se aporta gráfico:

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Fuente: CEU (2024)

 

Aunque en ambos casos nos es imposible, ‘científicamente’, afirmar o probar que haya correlación entre uno y otro factor, o más bien: no disponemos de los datos en bruto del estudio que nos permitirían comprobar si existe en términos estadísticos, la tendencia es en ambos casos (menores como adultos) evidente y, unida a otras pruebas más sólidas, refuerza nuestra tesis.

Se ha meditado mucho incluir este párrafo, pero finalmente hay que decirlo: Nos gustarán o no, pero los datos son los datos: Quien afirme, como todos/as los citados al principio del artículo, como algo más que mera opinión o experiencia personal, que se es más feliz sin esposo/a y sin hijos, o que los europeos no quieren tener descendencia, simplemente miente.

Se quiere insistir en esto: Se ha tratado, como corresponde a una investigación en condiciones, de buscar estudios que apoyen la tesis contraria. No se han encontrado. Aunque, ciertamente, los hay que concluyen, como Walsh, L.C. et al (2022) (¡qué sorpresa!) que la soltería no conlleva en sí un infierno vital o una condena a la infelicidad, esto se enlaza (¡sorpresa también!) con la presencia de otras relaciones sanas, fuertes y estables (familiares, de amistad, etc.) en la vida del individuo; lo que en nada discute nuestra tesis (antes: la soporta). Incluso aquellos, como Nabilah, B.N. (2019) que van tan lejos como para llegar a afirmar que “el valor medio de la felicidad en mujeres solteras es mayor que en mujeres casadas”, acto seguido y apenas unas líneas después se matiza y afirma que esto se debe a “mayor nivel educativo”, “independencia financiera” y “empleo indefinido” entre las mujeres solteras de la muestra (vaya, vaya) y que por tanto y en conclusión, y admitiendo que eso es coherente con investigaciones anteriores, si “las mujeres solteras son más felices que las casadas”, sería solamente por los “factores que influyen en ello”. Para los que no lo pillen aún y por acaso: Esto es tanto como decir que en realidad el factor supuestamente explicativo (soltería) carece de tal valor cuando se igualan el resto de condiciones (como exige toda experimentación/investigación 'científica'): A mismo nivel de independencia financiera, nivel educativo y seguridad en el empleo, los resultados no se sostendrían (i.e: serían coherentes con todos los demás aquí expuestos, y mostrarían mayor nivel de bienestar según seguridad en las relaciones sociales, familiares y sentimentales, especialmente el matrimonio). Otros (Gonzalez Avilés et al.; 2024) señalan que la felicidad entre solteros ha aumentado en los últimos años… Pero solamente entre adolescentes menores de 20 años, e incluso en este grupo (que cabría preguntarse si justo es el único que no debería estar aún casado, pero qué sé yo…) “las diferencias eran bastante pequeñas”, según la investigadora en jefe del estudio. Si alguien maneja datos radicalmente distintos, está invitado/a a enviarlos. Pero examinados los disponibles, nuestra tesis parece sostenerse.

Si la verdad nos ofende es problema nuestro y no de ella, como no es culpa de la luz cegar a los ojos que salen de la caverna.

Volviendo a nuestro tema:

Incluso la alternativa de familias ‘no tradicionales’, o modelos yo qué sé, poligínicos, de crianza tribal (no se comenta porque sí: a estos modelos de crianza 'por la tribu' refería Ana Gabriel, la diputada de la CUP antes mentada, como alternativa a la familia nuclear), etc., y sin ánimo de ser exhaustivos pues se excede del tema del presente, ya ha sido estudiada por la antropología, con fascinantes resultados: En entornos poligínicos, por ejemplo “Las co-mujeres llevan a cabo algunas de las más intensas formas de violencia que se han producido entre mujeres”; e incluso “un mayor porcentaje de niños (...) falleció [que en entornos monogámicos del mismo nivel de renta, condiciones, etc.]”, llevando a concluir que, incluso en sociedades ajenas a la nuestra, “Una mujer y su hijo/a están mejor cuando ella se encuentra en una relación fuerte y monógama con un hombre”; incluso reconociendo el “peligro” que pueda suponer para ella “el propio hombre”, que para nada se omite de la estadística (Benenson, J.F. y Markovits, H.; 2014). Se reitera que esto no es una opinión ideológica: Es una afirmación empírica basada en la frecuencia de violencia intra-familiar, número de muertes durante los primeros 10 años de edad, etc. Y como ella el resto de las formuladas a lo largo del presente.

En resumen, y como decía el propio Dr. Waldinger (se reitera: director del mayor estudio sobre salud mental en Occidente hasta la fecha): Se trata de un “conocimiento viejísimo (...) que ya conocen tus abuelos y tu pastor, ¿cómo nos cuesta tanto pillarlo?” (Waldinger, R.; 2015; en TEDx).


III) Conclusiones - Que se llama soledad

 

“Y nadie se pregunta

Por qué sin debate se secunda

Esta soledad sin matiz, de raíz profunda,

Soledad absurda que niega lo que el Cielo inunda,

En la oficina, en la consulta” - Lágrimas de Sangre, 2019


Ha quedado de sobras demostrada, siquiera indiciariamente, la conexión presente entre relaciones sociales fuertes y duraderas y ‘felicidad’. De estas, evidentemente, destacan por su propia naturaleza pretendidamente perenne, que nunca ha de acabar, el matrimonio/pareja y los hijos.

En paralelo, vivimos en una realidad en qué las tasas de divorcio llevan en firme aumento, como mínimo, 50 años.

 

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Fuente: Elaboración propia a partir de CEU 2024. Media Europa Occidental incluye a: Francia, Alemania, Italia, España, Reino Unido, Suiza, Holanda, Bélgica, Dinamarca y Portugal.


En España, la tasa de divorcios por cada 100 matrimonios ha estado por encima del 60% cada año desde 2005 a 2021, y ha llegado al 88% durante la pandemia (2020). En 2022, con los últimos datos disponibles, se situaba en el 47,3%.

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Fuente: CEU 2024.

 

Aunque hay quien (Infoveritas; 2023) ha tratado de descalificar esta investigación diciendo que los “datos del INE” lo “desmienten”, siendo la “tasa de divorcios” real en 2022 del “1.8”... Es justo a partir de tales datos del INE que se ha elaborado la anterior tabla de CEU 2024, que cita al propio INE entre sus fuentes. Simplemente, en lugar de dividir el número de divorcios de cada año por el de habitantes, lo hace por el número de bodas (también con datos del INE). Cruce que es mucho más relevante, como salta a la vista del sentido común y de cualquiera que haya cursado estadística, en tanto mide los divorcios que se han dado frente a los posibles (la población no casada, lógicamente, no se puede divorciar), lo que arroja una imagen más certera de la realidad.


De hecho, es de modo similar a este como mide la tasa de divorcios el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar del Gobierno del Gobierno de Japón (2022), que los cruza con el número de parejas, y no solo (aunque también presenta ese dato) con la población total:

 

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Número de divorcios/Número de bodas, histórico + dato bruto en términos absolutos del 2020. Fuente: Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar del Gobierno del Gobierno de Japón (2022)

 

También la natalidad está claramente a la baja, a niveles por debajo de reemplazo poblacional:

 

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No son fenómenos separados, como señalan estudios como (vamos a citar solamente uno, que estamos ya en conclusiones) CEU 2024, en los que se vé claramente la influencia de la ‘estructuración’ o institucionalización de la pareja en el número de hijos (cosa coherente y lógica por otro lado respecto al resto de datos aportados):

 

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Fuente: CEU 2024

También hay más jóvenes solteros/as que nunca: Diferentes investigaciones como la de Fry, R. y Parker, K. (2021) nos muestran que, a día de hoy y en los EEUU, el porcentaje de población de 25 a 54 soltera es mayor que nunca, acercándose al 40%.

 

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Fuente: Fry, R. y Parker, K. (2021)

No precisamente por voluntad, por cierto, y, aunque no entraremos demasiado aquí, la investigación de Costello, W. et al (2020), revelaba una mayor presencia de problemas de salud mental entre la población “involuntariamente célibe” que entre la población general, lo que podría precisamente llevar a un círculo vicioso (factores estructurales > enfermedad mental > menos deseabilidad social > soltería > más enfermedad mental > menos deseabilidad social > menor integración > más enfermedad mental > …) en una población, como la actual, mayoritariamente afectada por problemas leves de salud mental como ya se señaló en el anterior artículo.

Por cierto, ni siquiera desde una perspectiva hedonista tenemos métricas positivas: Herbenick, D. et al (2022) señalan que de “2009” a “2018” se ha producido un importante descenso en las “relaciones sexuales con penetración” entre población adulta (18 a 49 años de edad) como adolescente (14 a 17 años); así como “importantes diferencias en (...) el repertorio sexual de adultos y adolescentes, incluyendo descensos en la masturbación en pareja, el sexo oral dado o recibido, las relaciones con penetración, y el sexo anal” e incluso “un importante descenso en la proporción de adolescentes” que se “masturban en solitario” entre “2009 y 2018”.

En resumen: No, no es que nos casemos menos porque nos lo estamos ‘pasando mejor’ que nuestros padres. Si acaso al contrario.

Sería fácil decir que la salida a esto es tan sencilla como “Cásate, ten hijos”. Pero sería deshonesto:

Pues creo, me temo, que justo eso estamos intentando hacer la mayoría de los/as aquí virtualmente reunidos, leas esto cuando lo leas (y mientras todo siga igual).

El problema es cómo:

 

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Hasta el 40% de parejas, en 2020, se habían conocido online. Fuente: Rosenfeld, M. et al (2019)


Entrando del todo en el juego social (como por otro lado ya se ha dicho antes); dedicándole solo el tiempo que sobra de estudios y trabajo; online; a través de entornos, precisamente, anonimizantes, atomizantes, que favorecen una interacción superficial y adecuada a los tópicos sociales, inauténtica y francamente y lo sabemos todos: Líquida, frágil, rompible con facilidad.

Al conocer a absolutos desconocidos por internet como parejas potenciales (y no ser presentados por amigos, familia, etc., que venía a ser lo habitual), no solamente (1) desaparece toda la red de seguridad que dan las referencias por parte de un núcleo social común, sino que en sentido contrario (2) se vuelve más fácil prescindir de la persona a que juramos lealtad eterna, o a la que estamos conociendo, en caso de que cause inconveniencia en nuestra vida por una u otra causa (a nadie aquí le tengo que contar lo fácil que es el ghosting); amén de facilitar el comportamiento antisocial y aprovechado (4) en una u otra forma (creo que tampoco hace falta desarrollar demasiado esto); lo que (5) lleva a un clima de mutua desconfianza al conocerse que no ayuda para nada a la formación de lazos de pareja, menos aún cuando (6) unida a la desesperación con qué algunos/as de quienes viven en este mundo atomizado y atomización pueden estar buscando una salida en la vida sentimental.

Desde el mismo momento en que nuestra ‘dating culture’ se basa en una especie de ‘prueba y error’, de descarte de candidatos/as inapropiados/as tras una cena o tras un polvo como si de proceso de selección de RRHH de una empresa se tratase, estamos entrando en una dinámica (la del consumo y posterior descarte de cuerpos y emociones ajenos) que, justo, disminuye las posibilidades de éxito de la supuesta empresa (esto es: encontrar pareja estable y de por vida).


Así nos lo señalan, y espero sea ya el último ‘paper’ que cito, Wolfinger, N.H. et al (2023) o Wolfinger, N.H. (2016), con datos claros:


A mayor número de parejas sexuales antes del matrimonio, más probabilidad de divorcio, en todas las cohortes de edad.

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Fuente: Wolfinger, N.H. (2016)

Lo mismo, si no me falla la memoria (sorry: no más ‘papers’), ocurre con las parejas que viven juntas antes de casarse.


Es evidente que esto va contra toda nuestra ‘cultura de emparejamiento’ actual, que literalmente es una carrera de obstáculos y pruebas respecto al otro/a, incluyendo por supuesto química sexual y convivencia.


Todo esto señala a causas más profundas del problema: A una cuestión de valores sociales, de entendimiento del sentido de la vida. Hasta aquí, se ha hablado constantemente de bienestar meramente personal; porque seamos francos/as: Eso es lo que nos interesa. Buscamos amar y ser amados por y para nuestra propia felicidad.

Y tal vez ese sea el problema.

En el próximo artículo de la presente serie: La necesidad de trascendencia. Porque esto no va solamente de tí.